Hubo ovación, pero no indescriptible. Fue el balance irónico de un
conferenciante algo defraudado en sus expectativas. Ahora estamos muy
defraudados. Podríamos decir que vivimos inmersos en un Estado de
Defraudación. El Gobierno español no está aplicando el programa
electoral, sino el reverso. Con el curioso resultado de que no hace lo
contrario del mal que había hecho el otro, sino que ahonda en ese
camino, con la única salvedad de que antes se hacía mal el bien y ahora
se hace bien el mal. O viceversa. Una cuestión de fe, que conforta a las
parroquias partidarias, pero no arregla el país. La saudade de una
confianza mágica que nunca llegó puede llevar a una estrategia ridícula.
La de la ovación indescriptible. Vivimos ese bochorno cuando la mayoría
del Congreso jaleó la intervención militar en Irak, con el cornetín de O Terror dos Azores.
Los delirios de grandeza suelen conducir a lo indescriptible. También
los complejos de inferioridad o de impotencia. Hemos visto la vuelta de
lo indescriptible al Parlamento. La ovación a una fatalidad inexplicada.
Es absurdo en una tragedia aplaudir al destino. Hay una soberanía que
nadie le ha quitado a España. Luchar contra la corrupción. La corrupción
no es una casualidad derivada de las vacas gordas. La gran corrupción
es la causalidad principal. La promiscuidad política-financiera, la
financiación ilegal de campañas, el saqueo consentido de lo público, la
depredación de los servicios sociales. Este Gobierno tiene que derogar
la indecente amnistía, promover el patriotismo fiscal como núcleo de la
identidad y no coquetear con juegos peligrosos de Casinos sin Ley. Este
Gobierno tiene el poder y el deber de acabar con el mito de los “buenos
caciques”. O si no, que saque en tour al conducator Baltar con
sus cien coches de lujo para aterrizar en el aeropuerto de Castellón,
donde el grito de la diputada Fabra, “¡Qué se jodan!”, dará paso a la
definitiva ovación indescriptible.