Hasta aquí llegó el ritual de enfados y canibalismo estúpido. Son
demasiadas horas en vela y nada que decir. Descansamos nuestra espalda
en las persianas bien cerradas, tú y yo anémicos, y a cada parpadeo
calmado intentamos dormir. Terapias mal llevadas sin nadie que mediara por dos histéricos, mis gritos envasados al vacío reventaron al fin. Y ahora congelo cada instante sabiendo de antemano que son los últimos. La noche en que el noventa y nueve llegó hasta abril.