El ser humano se alimenta de lo que sueña, lo que vive, lo que espera, lo que ama, lo que intuye, lo que ve, lo que odia, lo que anhela. Nunca llega a estar lleno del todo, nunca se rinde, nunca renuncia. Sólo la muerte le detiene.
Es un animal en tránsito constante, que se renueva perpetuamente en la ignorancia, la indiferencia, candidato clandestino al olvido y a la búsqueda infructuosa de su dimensión. El ser humano vive para intentar, no para consumar, para esforzarse en comprender, no para saber el origen de ese esfuerzo.